Primer premio en categoría general: Los huesos de Monte Bernorio, de José Alberto Ruiz Cembranos.

Los huesos de Monte Bernorio

Elena se encontraba inmersa en una excavación en el oppidum de Monte Bernorio. Hacía pocas semanas que había comenzado a trabajar en este antiguo yacimiento de Celtiberia. Un día, mientras exploraba una colina que poseía un perfil extraño, Elena hizo un hallazgo asombroso. Descubrió una entrada oculta que la llevó a una cavidad subterránea desconocida. Con cuidado, trató de descender por una escalera de piedra. Sin embargo, los escalones cedieron y su cuerpo se aventuró sin control hacia una profunda oscuridad.

A la luz de la linterna de su teléfono móvil, Elena se dio cuenta de que no estaba sola. Distintos tipos de huesos se extendían por el suelo. Algunos parecían humanos, pero otros claramente no lo eran. Estaban grabados con motivos geométricos, como si hubieran sido tallados para formar parte de un antiguo ritual. Las paredes de la cavidad estaban decoradas con los mismos motivos geométricos. Elena especuló con la posibilidad de que aquellos dibujos pudiesen tener algún tipo de significado y conformar los principios de una escritura rudimentaria.

Perdida en sus pensamientos, Elena apenas notó el paso del tiempo. Cuando finalmente decidió regresar a la superficie, se dio cuenta de que estaba desorientada y no podía encontrar la salida. El teléfono no tenía cobertura ni señal de internet. No tenía provisiones y su linterna parpadeaba débilmente, sumiéndola en la oscuridad. Elena siguió avanzando mientras el eco de sus pasos llenaban el aire. Agotada, después de muchas horas, Elena perdió la esperanza y se resignó a su destino. Completamente a oscuras, con el tacto de las yemas de sus dedos, siguió leyendo los grabados de las paredes y de los misteriosos huesos. Ella misma comenzó a tallar esos mismos símbolos en las paredes de aquella cavidad. Sus manos temblorosas, ahora débiles por la falta de alimento, trabajaron incansablemente.

Los días pasaron lentamente mientras Elena continuaba su tarea. Talló los huesos y las paredes con determinación. Creía haber descifrado la forma de comprender aquellos signos. Una débil sonrisa se dibujó en su rostro cuando entendió que aquella cavidad era una tumba.