A la quinta edición del Premio de Microrrelatos «Amigos de la Celtiberia» han concurrido 178 originales en categoría general, de los cuales debieron ser excluidos 56 por no ajustarse a alguno o a algunos de los requisitos recogidos en las Bases. Resulta lamentable que el motivo generalizado que determina la exclusión sea la falta de lectura de las bases 4 («Los trabajos se identificarán únicamente por el título de la obra, haciéndose constar, al pie del texto, un número de teléfono. No se admiten pseudónimos ni plicas») y 5 («…sin que pueda deducirse a través del remitente ningún dato referido al autor (…), de modo que no pueda colegirse ninguna relación de identidad con la persona real«). las cuales, además, destacan en letra mayor y negrita precisamente las especificidades que han motivado la exclusión.
En categoría juvenil la participación ha sido este año escasa: se han presentado 16 originales de los que se ha excluido tan sólo 1 por análogo motivo que el expuesto para la categoría general.
En categoría comarcal se ha presentado un único trabajo, el cual no se ajustaba a «ninguna» de las especificidades señaladas en las Bases.
Fallo del jurado

Microrrelatos ganadores
Celtiberialand o la España vaciada.
La silueta de un majestuoso caballo llama la atención de los ocupantes del turismo. A tan solo cinco
minutos, reza el cartel que lo acompaña. ¿Qué puede haber aquí en mitad de la nada? se preguntan
los jóvenes viajeros. Pero, pellizcados por la curiosidad, deciden tomar el desvío indicado.
Abandonan así la nacional para adentrarse en una carretera comarcal. Atravesando campos de
cereales y montes de carrascas, por fin descubren el llamativo luminoso: Bienvenidos a la
Celtiberia. ¿Qué es esto? Una vez dentro, descubren puestos de comida y bebida donde poder
disfrutar de unas apetecibles caelias, talleres de escritura donde aprender el signario celtibérico,
hasta fraguas donde fabricar tu propia espada. Desde el escenario, un grupo de música ameniza la
velada con el alegre sonido de sus flautas. De pronto, el estruendo de una trompeta anuncia el
comienzo de la mayor de las atracciones, la defensa del oppidum. Contagiados del ánimo
generalizado, los recién llegados toman casco y escudo y se encomiendan al dios de la guerra antes
de lanzarse, con la furia de un solo hombre, sobre las legiones romanas.
Raúl Garcés Redondo (de Zaragoza).
La ultima danza de Celtiberia.
En un rincón olvidado de Celtiberia, los viejos robles susurraban secretos al viento, secretos de una tierra que, aunque olvidada por muchos, seguía viva en el alma de unos pocos. Amara, una joven del pueblo, escuchaba esos susurros cada atardecer, cuando el sol teñía de rojo las colinas y los grillos entonaban su cántico ancestral.
Una tarde, Amara se aventuró más allá de los límites del bosque, siguiendo el eco de un tambor lejano. El ritmo resonaba en su pecho como si fuera el latido de la misma tierra. Al llegar a un claro, se encontró con un círculo de figuras danzando alrededor de una hoguera. Eran los antiguos guerreros celtíberos, sus espíritus convocados por el anhelo de no ser olvidados. Bailaban con una elegancia feroz, sus espadas brillando bajo la luz de la luna.
Amara se unió a ellos sin miedo, sus pies moviéndose al compás de la historia que había aprendido a amar. Con cada paso, sentía que sus raíces se hundían más profundo en la tierra, conectándola con el pasado y el futuro de Celtiberia. Los espíritus la aceptaron, y por una noche, la frontera entre lo eterno y lo efímero se desvaneció.
Cuando el primer rayo de sol atravesó las ramas, la danza se deshizo en el aire, y los guerreros se desvanecieron como niebla en el amanecer. Pero Amara sabía que nunca estaría sola; Celtiberia había compartido con ella su última danza, y en su corazón, la tierra seguía cantando.
Bruce Silva Conchucos (de Lima -Perú-).