La Red de Municipios de la Celtiberia nace en las dos Castillas, Aragón y Rioja con optimismo identitario

JAVIER Hernández Ruiz*

En los últimos tiempos, gracias al empeño de la Asociación de Ami- gos de la Celtiberia, activistas, co- lectivos y ciudadanos conciencia- dos del territorio, estamos asistien- do a un florecer de iniciativas en positivo que intentan paliar los males endémicos del epi- centro de la España vaciada. El 3 de diciembre de 2022 se constituyó la Red de Municipios de la Celtiberia, está en marcha otra que agluti- ne a las asociaciones ciudadanas, hay iniciati- vas conjuntas para captar fondos regionales, nacionales y europeos, etc. Y hay también un resurgir identitario de las tierras de la anti- gua Celtiberia –ocho provincias de las dos Castillas, Aragón y Rioja– que, a través de una unidad colaborativa, optimista y constructi- va, se empeña en encontrar salidas basadas en la proyección de su incomparable patri- monio ecocultural. Pero no basta con eso; ha- ce falta activar otro factor no tan tangible…

Un turista convencional que transita por la Celtiberia de camino a los incontables atractivos de la gran ciudad, a una estación de esquí o una playa la suele percibir como ese interland inesquivable, ese no lugar de pa- so (lo más acelerado posible), ese intermina- ble continuum de páramos helados o abrasa- dos donde puede reponer combustible y calo- rías (o evacuarlas). Lo suele asociar el obligado transeúnte a pobreza, envejecimiento, mar- ginalidad, la Siberia/Laponia española y to- dos esos tópicos cochambrosos que hemos ido añadiendo a los sintagmas ya agendados de «España vacía, vaciada o despoblada». A simple vista, la mayor parte de estas soleda- des de la cordillera (Celt)Ibérica y el reborde oriental de la Central son poca cosa, poco es- pectaculares salvo excepciones… Muchos de sus resignados habitantes contribuyen a ello echando más inmundicia al basurero semán- tico de estos pagos abandonados de la mano de Dios y de las administraciones. Hay resis- tentes amargados, paralizados por el peso de la edad unos, en minoritaria fuga utópica, pe- ro otros están dispuestos a subsistir como sea, incluso a costa de sacrificar el preservado so- lar de sus ancestros –alguna cosa buena tiene perder los trenes de la modernidad– que tan

to dicen querer. En connivencia con la PAC o con los neocolonizadores de la globalización carroñera, algunos de esos «resistentes» con- tribuyen por acción u omisión a alfombrar el paisaje más o menos preservado por el aban- dono de macrogranjas, hileras de aerogene- radores, minas agresivas, incineradoras o lo que sea rentable a corto plazo. El círculo vi- cioso del caciquismo rural se cierra cuando no pocos pobres lázaros se arriman a la mesa del rico Epulón por si gotean migajas…: mi- gas para hoy, catástrofes ecológicas para mañana.

Me planto, me niego a seguir abundando en radiografías de la catástrofe. Este artículo va de otra cosa mucho más positiva, bastante más esperanzadora. Este texto va de la revolu- ción espiritual que necesitamos para cam- biar esa percepción del apocalipsis vaciado; este «contralibelo» va de las miradas, como la de César Manrique, que lo pueden transmu- tar en un paraíso,. Hasta que su inspirada vis- ta no la sobrevoló, cual un dron pilotado por Eros, Lanzarote era una isla perdida, un peda- zo de rocas acosadas por el océano, misera- ble, agreste, improductivo, sin futuro. Aquel artista/activista se empecinó en darle la vuel- ta a las miradas convencionales, seudoprag- máticas; fue entonces cuando sus paisanos empezaron a descubrir que vivían en un pe-culiar edén volcánico, en el eructo más bello de Gea.

El último Manrique estuvo en Celtiberia, en la Fundación Vicente Martín de Bretún, y sabemos que se quedó prendado de las Tie- rras Altas sorianas, de esa parte de Gea, tan perdida y agreste como la suya, donde cami- naban los lagartazos jurásicos. Pues bien, esa es la mirada aguda, creativa que necesita- mos, autóctonos y alóctonos, residentes, iti- nerantes o veraneantes de los pueblos de la Celtiberia. Redescubrir las bellezas y encan- tos de esta tierra solo en apariencia bronca y áspera (como los sonidos celtibéricos que ponderaba Marcial). Así descubriremos que el más vasto espacio continuado a 800 metros de media de Europa occidental es un catálo- go de espacios naturales singulares en la en- crucijada entre los aires mediterráneos y atlánticos y sus respectivas cuencas fluviales. Se sucederán ante nuestro campo óptico los mejores sabinares y acebedas del viejo mun- do, chopos cabeceros, sorprendentes haye- dos, prados merineros, gargantas calizas, aguas límpidas, pinares rojos de taiga, tremedales, rodeno, etc. Un interminable espacio li- bre y salvaje para perderse en una soledad creadora. El espacio cualitativo será en un fu- turo breve el mayor patrimonio…

El ojo manriqueño revelará al viajero sen- sible –perdón por la redundancia– el país de las cuatro culturas que forjaron la civiliza- ción occidental: la céltica (documentada), la romano-cristiana, musulmana y judía. Apa- recerá el espíritu de la frontera, ese mismo que ha fraguado una encrucijada de mujeres y hombres libres: los pastores celtibéricos sin esclavos ni grandes diferencias sociales, los colonos libres de las extremaduras de fueros, concejos y comunales, los pastores merine- ros, las mujeres combativas y sustentadoras de la vida… Sobre recursos naturales limita- dos, el esfuerzo, la creatividad y la lógica del común de sus habitantes hicieron prósperas estas mugas. El viajero echará un vistazo reve- lador a algunas de los conjuntos mejor con- servados del medievo, a sus castillos, fortale- zas, monasterios, atalayas; el contemplador iniciado se fijará en la arquitectura popular, en las majadas, chozones, palomares, peiro- nes… Y se sorprenderá de tanta variedad, se emocionará con esa sencilla hermosura…

Esa mirada iluminada nos llevará a com- prender que en esta era postindustrial en la que Gea está más amenazada que nunca por la insaciable, imparable dinámica depreda- dora que heredamos de Roma, hay que resca- tar la espiritualidad celta fundamentada en la armonía entre los humanos y su entorno natural. Una armonía que también entendie- ron muchos de los habitantes de Celtiberia hasta que les acabaron la Edad Media allí ha- ce cuatro días (mediados del siglo XX). Ya hay demasiadas radiografías de la hecatombe de- moscópica, del abandono de la España aban- donada, ha llegado la hora de sondear en nuestra mente para recalibrar la mirada has- ta que enfoquemos este paraíso antiparadi- siaco de la Celtiberia. Y, además, el citado re- medio óptico manriqueño es exportable a otros páramos desolados… Porque solo con es- ta revolución escópica que invierte la inercia a la percepción destructiva empezarán a cambiar las derrotas numantinas en las tie- rras interiores de esta península, variada, in- catalogable, bella, cuyo corazón celtibérico guarda las esencias de su pasado, de sus mitos y de sus esperanzas. 

*Escritor, profesor universitario y miembro de la Asociación de Amigos de la Celtiberia.